

Giuseppe Barile
30 jun 2025
Burnout, el alto precio del trabajo en la era de la eficiencia.
La alarma suena, pero la mente ya está cansada: Camilla, project manager, se arrastra de la cama al coche con el pecho oprimido por una sensación de vacío. No es un cansancio pasajero, sino el resultado de una fatiga emocional constante: la Organización Mundial de la Salud (OMS) define este estado como burnout, un "síndrome derivado del estrés laboral crónico no gestionado con éxito", caracterizado por agotamiento, distanciamiento mental y reducción de la eficacia profesional.
En Italia, el fenómeno no perdona a nadie: una encuesta de GoodHabitz realizada hace un año reveló que el 70 % de los trabajadores italianos convive con estrés y burnout. El 13 % declara síntomas agudos, mientras que la mitad de la muestra se siente incómoda al hablar del tema con sus superiores.
Las cifras del INAIL confirman que la tendencia al alza del burnout y de los trastornos psíquicos relacionados con el trabajo continúa también en el presente año. En el primer trimestre de 2025 se registraron 9 556 denuncias de enfermedades profesionales, frente a las 8 579 del mismo periodo de 2024 (+11,4 %). En el cuatrimestre enero-abril de 2025, las denuncias totales superan las 33 136 (+9,4 % respecto al mismo periodo en 2024), con un incremento del 8,9 % registrado en la Gestión Industria y Servicios (de 25 047 a 27 285).
Los sectores de la sanidad y la educación se ven directamente afectados por el fenómeno del burnout. En estos sectores, el 52 % de los médicos y el 45 % de los enfermeros padecen el síndrome, mientras que más del 40 % de los docentes manifiestan síntomas de agotamiento emocional.
El mundo industrial no es la excepción. En el primer trimestre de 2025, el INAIL ha registrado 24 419 denuncias de enfermedades profesionales (+8,0 % respecto a 2024), de las cuales 20 225 corresponden solo al sector de Industria y Servicios (+8,0 %). Este sector representa alrededor del 83 % del total de las patologías reconocidas, confirmando que es el principal foco del malestar laboral relacionado con el estrés. Aunque la industria moderna se apoya en la automatización y la eficiencia, la ausencia de políticas estructuradas de bienestar convierte estas tecnologías en posibles amplificadores del malestar. Turnos partidos, ritmos exasperados y objetivos productivos cada vez más exigentes están transformando la “fábrica inteligente” en un entorno emocional y físicamente agobiante para quienes lo viven a diario.
Las raíces del fenómeno se hunden en una mezcla letal: cargas de trabajo insostenibles, presión constante sobre objetivos ambiciosos, falta de autonomía en la toma de decisiones y desalineación entre los valores personales y los organizativos. A esto se suma una escasa cultura del apoyo entre colegas y jefes, que aísla al trabajador en lugar de sostenerlo.
El burnout no es un simple malestar pasajero, sino que conlleva consecuencias clínicas y organizativas: desde la caída de la productividad hasta ausencias prolongadas, depresión y rotación voluntaria. Según Bianchi y Schonfeld (2023), las pérdidas para las empresas y el sistema sanitario pueden superar el 3 % del PIB en los países industrializados.
Para hacer frente a este "virus silencioso", la OMS pretende desarrollar directrices basadas en evidencia para el bienestar mental en el trabajo, sugiriendo intervenciones organizativas –reducción de cargas, horarios flexibles y apoyo psicológico– junto con programas de formación en gestión del estrés.
Entre las experiencias italianas destaca el proyecto “Tilt” del INAIL Puglia, un cortometraje que narra el drama cotidiano de los operadores de call center víctimas del burnout, utilizado como herramienta de sensibilización y formación.
Otro ejemplo dramático: en el mundo de la medicina, la Asociación Italiana de Oncología Médica señala que el 80 % de los jóvenes oncólogos sufre de burnout, especialmente por la carga burocrática y la dificultad en la comunicación con pacientes y familiares. Iniciativas como los “Aiom Games” buscan reducir el fenómeno mediante talleres y cursos formativos.
Hoy más que nunca se necesita un cambio de rumbo: empresas e instituciones deben colaborar para rediseñar los procesos y poner en valor los recursos humanos. El desgaste silencioso del trabajo contemporáneo requiere una respuesta valiente, no solo técnica, sino también cultural. Es hora de superar la idea de que el bienestar es un “beneficio” accesorio y empezar a reconocerlo como una infraestructura estratégica de la eficiencia empresarial. Para la industria, esto significa integrar la salud mental en los planes de desarrollo tecnológico, en los procesos productivos y en los modelos de liderazgo.
Los entornos laborales deben repensarse no solo para ser más inteligentes, sino también más humanos: se necesita una nueva alfabetización emocional, que involucre a empresarios, directivos, sindicatos y universidades, capaz de reconocer y abordar las señales del burnout antes de que se vuelvan crónicas. Las tecnologías 5.0 también deben incluir métricas de bienestar, herramientas de monitoreo psicofísico, políticas de escucha y flexibilidad sostenible.
Además, es necesario invertir en formación continua, no solo técnica sino transversal, donde también se hable de gestión del estrés, relaciones y cuidado. La empresa que lo consiga será también la que atraiga a los mejores talentos, fidelice a su personal y construya valor real a lo largo del tiempo.
Se necesitan políticas públicas claras e integradas, fondos para la prevención, incentivos para las organizaciones virtuosas y campañas de sensibilización que rompan el estigma. Las universidades pueden actuar como puente entre la investigación y la aplicación, involucrando a estudiantes, docentes y empresas en proyectos conjuntos.
El burnout debería considerarse un indicador sistémico: ignorarlo significa pasar por alto una falla profunda en nuestra forma de trabajar y producir. Escucharlo, en cambio, puede convertirse en una rara oportunidad para rediseñar la identidad del trabajo, haciéndolo no solo más sostenible, sino por fin más sensato.